La cosa es que mañana me voy. Me voy, y no creo que vaya a volver (en un sentido metafísico, por supuesto). Mañana morirá una parte de mí, a la que a día de hoy desprecio con todo mi ser. Y es el momento de buscar otros zapatos con los que andar por ahí. Unos zapatos de cuero y de coral. Es el momento de mandar a la mierda lo viejo, y lo nuevo también. Mañana nace el nuevo yo, y le estoy esperando vestido con la mortaja y deseándole toda la suerte del mundo, la suerte que, en cierto modo, a mí me ha faltado. Es un nuevo yo que viene a comerse el mundo como el que se come una manzana a mordiscos. Un ser sexual, sádico y frívolo. Una persona que tiene lo mismo de tierno que de salvaje, y que retoma la filosofía de la praxis, dejando de lado razonamientos mediocres para dar paso al puro razonamiento animal. Perdonar y olvidar es para débiles. Lo fuerte es devolverlo, cuanto más fuerte mejor, y cuanto más daño, mejor. Un baúl de rencor y de autoestima, en el que convergen la sexualidad y la ternura. Una nueva forma de entender el mundo.
Como es lógico, alguien podría plantearse que este tránsito no es algo que se hace de un día para otro, que un parto conlleva una gestación, y una gestación de unos cuidados. Yo digo que ya habido suficiente gestación. Es el momento de romper el saco amniótico y sacar a la hiena a respirar.
Y aquí es donde lo voy a dar a luz. Envuelto en sangre y restos de placenta. Nacido ya con dientes, colmillos y un hambre voraz. Una bestia vengadora que viene a cobrarse las deudas que yo dejo con mi marcha. Y no dejará títere con cabeza. Exprimir, romper, cortar y sangrar.
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